12 de febrer, 2015

Underwater.

Me miré los pies, las manos, y cerré los ojos. "Se termina", pensé. El oxígeno se terminaba. Pero, en ese instante, era lo que menos me importaba.
El pelo flotaba alrededor de mi cabeza, liviano, suave. Entrelacé los dedos con algunos mechones. Tiré de ellos.
¿Y el dolor? No lo sentía. No sentía nada.
Me solté el pelo y acaricié el agua lentamente. Solté un suspiro, pequeñas burbujas de aire salían de mi boca para ir a la superficie y encontrarse allí con su delicado fin. Notaba como mis pulmones rogaban que saliera en busca de aire. Me sentía abrumada, casi drogada. Apreté los ojos con fiereza, no quería irme de allí.
No me quedaba otra. Moví los brazos y las piernas con frenetismo, ascendiendo hasta la superficie. La opresión en el pecho era insoportable, asfixiante.
El aire frío me golpeó la cara e inspiré con tanta fuerza que dolía. Mi visión dejó de ser borrosa y pude ver las nubes grises en el cielo. Había empezado a llover.
Las gotas se precipitaban con vehemencia, me acariciaban la piel de la cara ferozmente. Resbalaban por mi frente, bajando por la nariz y el mentón. Corrían por mi cuello, hasta que se perdían en el agua de la piscina. 


Empecé a temblar de frío.