01 de març, 2015
Tainted soul
Se mordía el labio para reprimir esa dulce angustia provocada por las suaves dudas de sus miradas. Todo su interior se retorcía con fiereza, dejándola sin voluntad alguna de recuperar la compostura. Y los silencios eran matadores, la ausencia de aquellas palabras descuartizantes la mareaba aún más. Ella quería saber algo, lo que fuese, pero saber. La ignorancia la descontrolaba, se integraba en ella la sensación de estar en llamas. Ardiendo. No era simple calidez. Quemaba. Sus pupilas transmitían gritos ahogados, vertiginosos. A sus pies, a los de él, caían diminutos trozos de su alma, que ella intentaba recoger con disimulo, y poco éxito. Desesperanzado veía su patético espectáculo, la descomposición de su ser, y se quedaba inmóvil, paralizado, observando como sus ojos tartamudeaban sentimientos contaminados por el dolor. Sus explicaciones ya no servían, él sabía perfectamente lo que ocurría. Era divertido ver como ella se dejaba la piel para impresionarlo, como cada milímetro de su cuerpo quería ser un molde para él. Y notaba el huracán que la removía por dentro, el anhelo de rozar sus labios con los de él, abrazar el fuego mutuo que consumía el ambiente. La punta de sus dedos buscaba los de ella, el contacto casi pasaba desapercibido, aún así era suficiente para desequilibrar el tempo de sus respiraciones. Un frío beso fugaz los separó dejando en el aire todas las palabras jamás dichas, los suspiros costosamente exhalados. El viento se llevo su olor, el vacío llenó sus pensamientos. Se encontraba en blanco y así tan sorprendida, tan acostumbrada. Movió los dedos en busca de su mano y recibió el palpante frío de invierno. Inspiró casi con devoción para aclarar su cabeza, su corazón en llamas iba soltando chispas en disminución, hasta dejar pobres cenizas decoloradas. Sus fuerzas se desplumaron, y así se desvaneció su tensa expresión, dando lugar a los nervios emergentes. Las llaman mariposas del amor y son bichos desagradables, grotescos y sinvergüenzas que aspiran tu orgullo y razón, pisotean tus ideales y esquemas. Pero ella las mecía entre sus delicados, rígidos brazos. Les dedicaba cantos rotos por sollozos, y deseaba que esas mariposas, esos bichos, nunca se cansasen de consumirla. Ella le agradecía al mundo todos esos mordiscos espirituales que la convertían en alguien sumamente inestable. Ella le agradecía a él la montaña rusa por la cual la llevaba, con una venda en los ojos y sin avisar cuando hay un escalón. Porqué al menos eso la hacía sentir viva. Viva y dulcemente vulnerable. A la vez que potente, poderosa, intensa. Ella era sus incertezas y sus aislamientos. Ella era sus pasiones escondidas, sus envidias, su amor. Ella era él. ¿Él era ella?
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