02 de desembre, 2016

Cuando conocí a Priscila


Lo que más tristeza o felicidad me provoca sobre el día que conocí a Priscila fue que, como un rayo en mi memoria, dejé de recordar los nombres y respectivos atributos de mis anteriores amantes. En el mismo instante en el que descubrí su silueta bajo el agua de la ducha, mi historial íntimo se mezcló,se emborronó y se evaporó. ¿Eran rubias, pelirrojas, castañas albinas? ¿Tenían hermanos, sobrinos? ¿Cuál era su oficio? Ni siquiera tenía la menor idea de sus apellidos. Ni siquiera distinguía cuando (y durante cuanto tiempo) había estado con cada una de ellas.
El año en que conocí a Priscila se mostraba ante mis recuerdos como un paréntesis abismal, peligroso, y sumamente persuasivo. Pero por ahora sólo voy a describir como fue ese día, en el que de algún modo, perdí con una torpeza colosal la memoria. Volvía a mi apartamento en bicicleta, a mis veinte solía coger la bicicleta para ir a todas partes. De hecho, recuerdo perfectamente la conversación que mantuve ese día antes de volver a mi piso. Había estado tomando un té con Ádam, en el pequeño café situado en una de las calles que despuntaban de la plaza central del barrio en el que vivía.

-Mira, lo único que puedo decirte es que a mi me parece una idea muy arriesgada. - Ese día habíamos quedado para discutir sobre un nuevo proyecto que se me había ocurrido algún tiempo atrás perdido entre la noche y la madrugada.- Lo que tú quieres hacer requiere un golpe de suerte muy poco probable. ¿Sabes la de gente que fracasa intentando vivir del cine amateur?
- Pero esto iría más allá del cine amateur. Esto no sería un corto sobre temas ético-morales y tampoco una película mal hecha sobre los amores fortuitos de un Don Juan moderno. Quiero reunir a un montón de artistas para llevar a cabo el proyecto del año. Qué digo, ¡de la década! Quiero que las personalidades más provocativas y polémicas de este país se reúnan con nosotros para rodar el documental que marcará un punto de referencia en la historia del cine y del arte en general.
- ¿Y de qué se supone que tratará, este documental tuyo?
- A través de los puntos de vista y las teorías de estos artistas sobre el mismo arte, quiero destapar las consideradas mejores obras de toda la historia. Quiero romper cada una de las disciplinas y movimientos artísticos y despedazarlos, y de ese modo, desmontar el mundo entero. Todo esto con tu ayuda. Necesito tu ayuda para realizar este proyecto. Tu sabes como puedo materializar mis ideas. Además, tienes contactos.
- Pero esto ya lo hicieron los dadaístas en su momento.
- ¡También me los cargaré a ellos! ¿No lo entiendes? Es la renovación del arte, no una mera innovación casual. Todos querían romperlo todo pero nadie ofreció nada nuevo, en realidad. Eso es lo que quiero demostrar.
- ¿Y a mi me necesitas para…?
- Hay varios factores. No solamente tienes estudios, sino que un buen empleo, millones de contactos y más experiencia social en este ámbito. A ti te escuchan, a mi no. Nadie lo haría.

Nadie lo hizo. Ádam no tenía la menor intención de obedecer las ideas utópicas de su hermano pequeño, cuyos argumentos fundamentales se sostenían encima del simple deseo de quebrantar la ideología de su círculo social de intelectuales que embellecían y adoraban el arte del siglo anterior. Pero a veces le gustaba charlar con él y hurgar dentro de su cerebro, que siempre estaba maquinando algún proyecto insostenible (y además, insostenible por todos lados). Pero ese mismo día, volvía al piso en bicicleta, y después de desnudarse completamente e ir a dejar la ropa sucia en el lavadero, se encontró con Priscila. Ella estaba justo delante de sus narices, o eso le parecía a él. En realidad, Priscila estaba unos metros más allá, cruzando todo el patio interior del edificio, detrás de una ventana granulada y translúcida, y además, a contraluz. De modo que no veía a Priscila, pero sí la silueta de Priscila. La veía desde la pequeña ventana con persianas chirriantes, en esa estrecha habitación donde apenas había sitio para una lavadora y una secadora, apretadas al lado de un grifo de los antiguos para lavar la ropa a mano. Pero a él le parecía verla cerca, muy cerca. Podía ver a la perfección la forma de su cabeza, el dibujo de su nariz pequeña seguida de los labios y una barbilla ni muy grande ni muy enana. La curva de su cuello, sus puntiagudos hombros de los cuales colgaban los delgados brazos. La forma redondeada del pecho, los pezones prominentes a causa de las altas temperaturas. Deducía por sus movimientos y los delgados tubos de pelo rizado y mojado que colgaban de su cabeza, que Priscila se estaba duchando.


Todo, el proyecto, Ádam, el arte convencional, el arte rompedor, la bicicleta, todo había desaparecido de su mente. Y más tarde, cuando intentaba buscar en su memoria algún recuerdo de unos pechos parecidos a los de Priscila, se dio cuenta que el aspecto y los nombres de sus amantes del pasado también habían desaparecido.