Lo
que más tristeza o felicidad me provoca sobre el día que conocí a
Priscila fue que, como un rayo en mi memoria, dejé de recordar los
nombres y respectivos atributos de mis anteriores amantes. En el
mismo instante en el que descubrí su silueta bajo el agua de la
ducha, mi historial íntimo se mezcló,se emborronó y se evaporó.
¿Eran rubias, pelirrojas, castañas albinas? ¿Tenían hermanos,
sobrinos? ¿Cuál era su oficio? Ni siquiera tenía la menor idea de
sus apellidos. Ni siquiera distinguía cuando (y durante cuanto
tiempo) había estado con cada una de ellas.
El
año en que conocí a Priscila se mostraba ante mis recuerdos como un
paréntesis abismal, peligroso, y sumamente persuasivo. Pero por
ahora sólo voy a describir como fue ese día, en el que de algún
modo, perdí con una torpeza colosal la memoria. Volvía a mi
apartamento en bicicleta, a mis veinte solía coger la bicicleta para
ir a todas partes. De hecho, recuerdo perfectamente la conversación
que mantuve ese día antes de volver a mi piso. Había estado tomando
un té con Ádam, en el pequeño café situado en una de las calles
que despuntaban de la plaza central del barrio en el que vivía.
-Mira,
lo único que puedo decirte es que a mi me parece una idea muy
arriesgada. - Ese día habíamos quedado para discutir sobre un nuevo
proyecto que se me había ocurrido algún tiempo atrás perdido entre
la noche y la madrugada.- Lo que tú quieres hacer requiere un golpe
de suerte muy poco probable. ¿Sabes la de gente que fracasa
intentando vivir del cine amateur?
-
Pero esto iría más allá del cine amateur. Esto no sería un corto
sobre temas ético-morales y tampoco una película mal hecha sobre
los amores fortuitos de un Don Juan moderno. Quiero reunir a un
montón de artistas para llevar a cabo el proyecto del año. Qué
digo, ¡de la década! Quiero que las personalidades más
provocativas y polémicas de este país se reúnan con nosotros para
rodar el documental que marcará un punto de referencia en la
historia del cine y del arte en general.
-
¿Y de qué se supone que tratará, este documental tuyo?
-
A través de los puntos de vista y las teorías de estos artistas
sobre el mismo arte, quiero destapar las consideradas mejores obras
de toda la historia. Quiero romper cada una de las disciplinas y
movimientos artísticos y despedazarlos, y de ese modo, desmontar el
mundo entero. Todo esto con tu ayuda. Necesito tu ayuda para realizar
este proyecto. Tu sabes como puedo materializar mis ideas. Además,
tienes contactos.
-
Pero esto ya lo hicieron los dadaístas en su momento.
-
¡También me los cargaré a ellos! ¿No lo entiendes? Es la
renovación del arte, no una mera innovación casual. Todos querían
romperlo todo pero nadie ofreció nada nuevo, en realidad. Eso es lo
que quiero demostrar.
-
¿Y a mi me necesitas para…?
-
Hay varios factores. No solamente tienes estudios, sino que un buen
empleo, millones de contactos y más experiencia social en este
ámbito. A ti te escuchan, a mi no. Nadie lo haría.
Nadie
lo hizo. Ádam no tenía la menor intención de obedecer las ideas
utópicas de su hermano pequeño, cuyos argumentos fundamentales se
sostenían encima del simple deseo de quebrantar la ideología de su
círculo social de intelectuales que embellecían y adoraban el arte
del siglo anterior. Pero a veces le gustaba charlar con él y hurgar
dentro de su cerebro, que siempre estaba maquinando algún proyecto
insostenible (y además, insostenible por todos lados). Pero ese
mismo día, volvía al piso en bicicleta, y después de desnudarse
completamente e ir a dejar la ropa sucia en el lavadero, se encontró
con Priscila. Ella estaba justo delante de sus narices, o eso le
parecía a él. En realidad, Priscila estaba unos metros más allá,
cruzando todo el patio interior del edificio, detrás de una ventana
granulada y translúcida, y además, a contraluz. De modo que no veía
a Priscila, pero sí la silueta de Priscila. La veía desde la
pequeña ventana con persianas chirriantes, en esa estrecha
habitación donde apenas había sitio para una lavadora y una
secadora, apretadas al lado de un grifo de los antiguos para lavar la
ropa a mano. Pero a él le parecía verla cerca, muy cerca. Podía
ver a la perfección la forma de su cabeza, el dibujo de su nariz
pequeña seguida de los labios y una barbilla ni muy grande ni muy
enana. La curva de su cuello, sus puntiagudos hombros de los cuales
colgaban los delgados brazos. La forma redondeada del pecho, los
pezones prominentes a causa de las altas temperaturas. Deducía por
sus movimientos y los delgados tubos de pelo rizado y mojado que
colgaban de su cabeza, que Priscila se estaba duchando.
Todo,
el proyecto, Ádam, el arte convencional, el arte rompedor, la
bicicleta, todo había desaparecido de su mente. Y más tarde, cuando
intentaba buscar en su memoria algún recuerdo de unos pechos
parecidos a los de Priscila, se dio cuenta que el aspecto y los
nombres de sus amantes del pasado también habían desaparecido.