La vegetación de este lugar era...extraña. Jamás, en ningún otro sitio de la esfera terrestre se habían visto plantas, arbustos, árboles...como aquellos. Lo dice una licenciada en botánica. Desconocía todos los nombres de esas espécies, y ningún ejemplar figuraba en mi guía, que siempre llevaba conmigo por si a mi memoria se le escapaba algún nombre científico.
No sabía cuanto tiempo llevabamos andando, pero el paisaje no cambiaba....parecía que el sendero hacia vueltas, y vueltas, y vueltas...
Mi visión empezó a jugar con mi credibilidad, haciéndome dudar sobre si realmente estaba viviendo esto. Me sentía cansada, agotada. Mis brazos colgaban y mi espalda dejaba de estar tan recta...Empecé a notar que los colores de ese naturaleza exótica se alteraban. Las hojas dejaban sus tonos rojizos y anaranjados para volverse azules y violetas. Los frutos misteriosos de los árboles se transformaban en pequeñas esferas de oro, relucientes como un diamante al sol.
En el cielo, nubes de mil formas y colores se movían al compás de un sonido élfico que mi sentido auditivo no era capaz de descifrar. Sin darme cuenta mis piernas fallaron y me quedé sentada encima de esas curiosas hojas que al aplastarlas con mi peso, crujían. Ya no veía a las demás personas, no estaban al alcance de mis ojos. Con mi mano, tomé una hoja y la acerqué a mi cara, observándola con detenimiento. Sus tonos azulados variaban del claro al oscuro, era una maravilla digna de admirar. Noté cierto olor...el perfume que desprendía la hoja. Una mezcla entre frambuesas, regaliz y canela. Un aroma empalagoso que al rato te dejaba el olfato insensible. Dejé caer la hoja, así como también dejé caer mi cuerpo delicadamente sobre el suelo, rodeada por cientos de colores y por ese olor tan peculiar.
El suave sonido élfico se fue acercando, reconocí risas agudas de tono musical. De repente, mi campo de visión estaba invadido por miles de pequeñas hadas de todos los colores posibles, volando a mi alrededor, riendose melódicamente. Se posaban sobre mi cuerpo de forma grácil, apenas las sentía de lo ligeras que eran. Quedé recubierta de pequeñas criaturas con luz propia que producían ese sonido tan tranquilizador.
Empecé a sentir un leve hormigueo en la punta de los dedos de los pies, se iba extendiendo por mis piernas y apoderandose de todo mi ser. Unos minutos después, dejó de ser un leve hormigueo para convertirse en pequeños pinchazos en la piel. Estaba incapacitada de mobilidad, mis neuronas ya no tenían poder sobre mis terminaciones nerviosas...pero sí podia abrir y cerrar los ojos.
Aproveché mi último recurso, mi vista, para observar como el cielo oscurecía, como los frutos de los árboles dejaban de ser de oro reluciente y se empezaban a derretir. Todo se estaba derritiendo. La fuerza de los pinchazos había aumentado, quería quejarme, quería gritar, pero no podía. Un poder superior al de mi voluntad propia prohíbia que mi boca emitiese el más mínimo sonido.
La selva exótica se había transformado en una lava negra que engullía todo lo que atrapaba. Mis ojos se cerraron cuando empecé a notar como la masa oscura se apoderaba de mi cuerpo. El dolor era tal, que me había insensibilizado del todo. Ya no podía respirar, ya no podía ver nada...
-¡Kat, despierta! -esa voz...¿la conozco? Voz femenina. No será...- Venga, Kat, está oscureciendo y debemos volver al refugio.
Ángela. Una de mis compañeras excursionistas. Apreté las manos contra la tierra húmeda, moví ligeramente los pies y dejé ir un suspiro. Abrí los ojos.
-¡Bien! Has despertado. Las altas temperaturas te han causado fiebre y después te has desmayado...nos tenías muy preocupados.