Mamá, no me encuentro bien.
Por las noches, el mundo me oprime el pecho y casi parece que todas mis emociones se derramen por el suelo y se derritan a mis pies y no pueda contener nada. Mi cama se alimenta de mi cuerpo y este se ciñe a ella como quien, sin aire, se aferra a una bombona de oxígeno.
¿Quién martillea mis costillas, y sierra mis brazos y piernas,y anestesia mis pensamientos? ¿Quién me comprime hasta prohibir mi presencia?
Y así, inmóvil, quiero cerrar la ventana que enfría todo mi interior, pero estoy hermética aquí dentro, en mi cubículo imaginario donde no entra ni sale nada. Mi burbuja contiene mis trozos, mis restos, mi alma rota y entera.
Cuando salgo, el aire de la calle me cala hasta los huesos, sea invierno o verano. Las personas de este mundo me miran pero no me ven y me pregunto si yo los veo a ellos o es solo el odio materializado en figuras de un mismo color, una monotonía podrida, amenazante.
Mis ojos ofrecen puños de hostilidad a todo aquel que interrumpa mis absurdas cavilaciones. Me digo a mí misma que es solo el miedo quien actúa en mi lugar, que algún día ese espectro se aburrirá de este cuerpo frío y correrá a envenenar a otro. Pero cada letra que escribo me empuja más al precipicio y el impulso de saltar(me la vida) se desliza por mi piel en un tic nervioso que no me deja parar quieta.
Me miro a través del espejo, interrogante de mi cuerpo, Esta funda que se me ha otorgado sin permiso (qué remedio), que percibe y suprime sentimientos, pensamientos.
Interrogante, ¿es este cuerpo el que me representa?
Lo pregunto por si acaso, lo pregunto porqué pregunto demasiado y me pregunto si es normal que a veces me encuentre flotando por encima de este mar de masas grises al que no pertenezco y alguna vez fui. Me respondo que es el mundo quien no me representa.
Que vivo en una casa enorme que no es la mía y desconozco a cada uno de sus habitantes. Que ando invisible por sus pasillos, mimetizandome en las paredes cual mural que no quiere ser visto.
Me respondo que no soy de ninguna parte porqué en ninguna parte se habla el idioma en el que pienso, en ninguna parte puedo oír el silencio que caracteriza a una mente llena de rincones y recovecos. Estoy rodeada de bocas que empujan falsos sentimientos en una montaña de deshechos (anti)sociales.
A todo eso, y muy cansada, cada noche la cama mastica mi presencia y escupe la maraña sobrante de mis razonamientos. Me tumbo junto los martillos y las sierras y me duermo, sin más. Soy humana.
Las horas me arrancan de mi subconsciente, otra vez, y me despierto. ¿Qué hago?
Mamá, no me encuentro bien.