El suelo estaba helado.
Un escalofrío le recorrió desde la punta de los dedos de sus pies
hasta la nuca. Apretó los ojos con fiereza y bostezó. Un nuevo día
le levantaba la ceja sarcásticamente. Se levantó de golpe, dejando
las líneas de sus curvas grabadas en las sábanas. Se puso la bata,
y con los típicos andares adormilados se encaminó hacia la
cafetera. El sonido de la espuma saliendo de la máquina no
contribuía a su despertar. De hecho, nada a esas horas contribuía a
su despertar. Odiaba las mañanas tanto como se odia a los lunes.
Los ojos entrecerrados
revolotearon por el pequeño estudio; era un caos. Ropa por allí,
libros por allá. Como bien dice mucha gente, su piso reflejaba su
personalidad. Era un cubículo cochambroso con un peculiar orden
aparente. No podía pedir más espacio con el sueldo que cobraba,
peró a ella le estaba bien. Los sitios grandes son más fríos,
pensaba. Las paredes estaban empapeladas con esbozos, carteles de
películas y fotografías, todo ello abrigado con una fina capa de
polvo. Del techo colgaba una extraña lámpara rococó que venía
implícita con el piso, y que a saber cuanto tiempo llevaba por allí.
Un biombo separaba su cama del resto del estudio. Este era su
refugio, su cueva.
Cuando subió a su coche
suspiró -por décima vez esa mañana- y arrancó el vehículo.
Agradecía que sus padres le hubiesen cedido el Audi, empezaba a
hartarse del transporte público. Sobretodo porqué últimamente
nunca encontraba asiento y era tan torpe que tambaleaba
peligrosamente si tenía que quedarse de pie en el bus. Le relajaba
el sonido constante de las ruedas acariciando el asfalto de las
calles de Girona.
La ciudad por la mañana
era una delícia. Probablemente lo único bueno de las mañanas,
opinaba ella. Veía a los carteros con sus motos, las pastelerías
recién abiertas y los jardineros regando las hermosas flores.
Parecía el inicio de una película. Y es que ella muchas veces se
sentía dentro de una película prolongada. Observaba su vida con
perspectiva cual espectador. “Tonterías”, decían los demás.
“Hay que sentir el momento al cien por cien.” Pero ella lo sentía
por completo así, viéndolo. Veía los sucesos como aventuras, la
desgracias como lecciones. Veía las alegrías como grandes fuegos
artificiales en su interior. Así lo veía, así lo sentía.
Concluyó sus
cavilaciones al aparcar el coche. Entró en la facultad con unas
ganas inexisentes de acabar su tesis de fin de grado. Se dió un
pequeño empujón anímico pensando que pronto llegaría el verano.
El verano de sus veintidós años. Le esperaban viajes, gente nueva,
cultura. Cada vez que llegaba el verano se preguntaba qué peripecias
experimentaría durante esos tres meses. Le esperaban más aventuras
para seguir disfrutando de su película personal.
En el instituto me mandaron hacer una redacción de como me veía dentro de 5 años, y bueno. Ojalá lo del Audi.